Inmersa en:

INMERSA EN: NADA ENTRE MANOS....ESPERANDO GANAS.



viernes, 26 de abril de 2013

Después tú --20--








--15-- Encuentros



Le habían dicho que la confirmación llegaría en dos semanas, pero que podía disponer de todo el tiempo necesario para el traslado.  Los gastos de la mudanza corrían a cargo de la empresa y también harían los trámites oportunos para el alquiler de una casa.

A su hermana le diría que le habían ofrecido un puesto en otra ciudad porque necesitaban sus gestiones de organización y porque además sería un paso importante para poder optar a convertirse en accionista de la compañía.
Sabía que era la única forma de convencer a Eloísa de su marcha y esperaba que con ella, desaparecieran las rivalidades, las competiciones, la envidia, la venganza y los sinsabores.

De Pablo no podría despedirse porque entre ellos no había habido relación alguna, no habían compartido nada, no les unía ningún lazo de amistad  y… porque ella era Emilia y no Eloísa.

Todo se estaba desarrollando tal como lo tenía pensado, apenas le quedaba en el trabajo una última semana, así que había llegado la hora de quedar con  Eloísa y contarle lo que iba a hacer con su vida.




Ya casi todo estaba listo, como buena profesional,  dejaba todo ordenado en carpetas, balances cerrados y organizados, historiales de clientes en sus respectivos dossiers y los archivos al día para los que llegaran detrás.
Sólo le quedaba –eso lo haría el último día—meter en cajas  sus objetos personales y un buen trozo de su vida, era lo que más le pesaba. Esa tarde llamaría a su hermana.

No quiso comer con sus compañeros,  fue sola a una cafetería cercana y solicitó  un sándwich vegetal por echarle algo al estómago, no tenía apetito, después pidió un café.

Cuando pagaba la consumición, le sonó el teléfono, miró la pantalla… era  Pablo, ¿Qué hago Dios mío? –Pensaba-- ¿cuelgo o hablo con él? –Será la última vez--. Descolgó
--- Hola
--- Hola, Elo, necesito verte, quedamos esta tarde en el sitio de siempre, a las siete.
--- Pablo…
--- Nos vemos luego, un beso. –colgó—
Pobre Emilia, necesita verte –se decía y seguía pensando su monólogo—pues ¿sabes qué? Voy a ir, ésa será mi despedida, me verás por última vez, a mí… a Emilia-Eloísa y llevaré tu imagen en mi retina el tiempo que mi corazón tarde en olvidarte.

Se arregló y se maquilló como siempre, Pablo no podía notar nada extraño en su comportamiento y tendría que hacer de tripas corazón para mantener una conversación agradable sin que él notara nada raro.
A Eloísa la llamaría más tarde para quedar al día siguiente.

Como siempre, tomó un taxi y le dio la dirección, esta vez no se había dado ninguna prisa por salir de casa, sabía que no llegaba tarde pero lo hizo con mucha parsimonia, no  tenía ninguna premura por verle porque no le merecía la pena encontrarse con una persona a la que no volvería a ver más y sabía que eso sería su salvación para lo que había estado haciendo…  pero también su condena.

El coche aparcó en la misma puerta, a cinco pasos de la entrada, pagó, bajó y con paso decidido se dirigió al interior.

Ya dentro deslizó la mirada hacia la izquierda buscando la mesa donde se sentaban siempre,  no lo encontró, después miró a la derecha, y  por último al fondo, muy al fondo, allí sí lo vio y le hubiera gustado que la tierra la tragase.
Pablo estaba acompañado, no entendía nada, su compañera de mesa era… Eloísa. No le habían visto, así que disimuladamente, se soltó el pelo de la coleta que llevaba, guardó en el bolso el collar de dos vueltas largo que se había puesto y unos pendientes que compró iguales a los de su hermana.
Con paso no tan firme y media sonrisa en los labios, echó a andar hacia ellos, mientras  no reparaban en ella, le dio tiempo a fijarse en lo distinto de sus gestos,  Eloísa sonreía y Pablo la escuchaba serio, cuando por fin se dieron cuenta de que se acercaba,  ambos cambiaron la expresión de su semblante, Eloísa dejó de sonreír e hizo un mohín de sorpresa y Pablo apretó los labios con tanta fuerza que debió hacerse daño.

--- Hola –seguía con la media sonrisa pero sus ojos no sabían qué hacer—
--- Hola ¡¡Qué sorpresa, Emilia!!
Emilia, siempre tan rápida de pensamientos, en esta ocasión no sabía qué contestar, estaba   perdida…
Pablo se adelantó.
--- No es una sorpresa, yo os he mandado llamar a las dos, hay muchas explicaciones que dar.
Eloísa era la única que seguía con la expresión de sorpresa, Emilia perdía el color de su cara por momentos, pero no dijo nada, la suerte ya tenía  nombre, dejaría hablar a Pablo.

--- Voy a contar la verdad de lo que ha estado pasando, pero no quiero que me interrumpáis ninguna de las dos, las dos tenéis derecho a saberlo y a mí ya me cuesta media vida  hacerlo como para que vosotras empecéis con los reproches.  Los tres tenemos muchas cosas que reprochar, no nos hemos portado bien con nosotros mismos, nos hemos hecho mucho daño,  pero ahora no es el momento, ahora es la hora de decir la verdad, después tendremos mucho tiempo… no para reprochar a los demás, sino para llamarnos lo que nos merecemos y darnos cuenta de que jamás se obtiene la meta deseada si en el camino, mientes y pateas para saltar por encima y llegar el primero.

Emilia ya no tenía dudas,  ya no estaba perdida, se encontró de golpe, supo que sus esfuerzos para dejarles en paz y no hacerle daño a su hermana, no habían dado su fruto y la realidad ahora era mucho más amarga.
Eloísa, en cambio, todavía ajena a lo que Pablo quería decir, sí sospechaba que iba a descubrir su juego con el alquiler del apartamento, sus mentiras en su relación con Pablo-Paul y la infinidad de putadas que le había hecho para conseguir ser la número uno en todo.

Pablo continuó el discurso, que sin ellas saberlo al principio, no era más que su propia confesión.

--- Emilia, cuando nos conocimos te dije que aunque idénticas las dos,  algún día llegaría a descubrir la diferencia. –siguió hablando—
Eloísa, tu hermana y yo hemos estado viéndonos al margen de mi relación contigo.
--Emilia intentó dejar claro que la había suplantado y que él no lo sabía—

--- Sí Eloísa, intenté imitarte lo mejor que pude para…
--- He dicho que no interrumpáis, sí,  Emilia ha estado siendo tú casi desde el principio, viniendo a casa cuando tú no podías y entregándose  a mí en tu nombre,  pero lo que Emilia no sabe tampoco, es que descubrí la diferencia al final del primer encuentro, me di cuenta de quién era y quise seguir el juego y saber hasta donde era capaz de llegar, imaginé desde el principio que lo hacía como venganza a tu jugarreta con el piso. Pero la cosa no quedó ahí y fue entonces cuando me fui convirtiendo en un hombre despreciable, al comienzo me dije a mí mismo que porqué no aprovecharse de la situación, tenía la ventaja de poder tener una relación con dos hermanas gemelas sin que ninguna pudiera sospechar lo que hacía con la otra.  Fui dándome cuenta, con el paso de los meses, de que las dos os habíais enamorado  al mismo tiempo que yo. Ya no tenía valor de hablar, no quería dejar a ninguna de las dos, no podía renunciar a lo que cada una   me daba. –Cogió aire para continuar—pero antes les dedicó una mirada de sufrimiento a cada una—

Le dolía en el alma ver la cara de las dos mujeres que más quería en su vida…  el padecimiento  que se reflejaba en ellas. En la de Eloísa, dolor y rabia, en la de Emilia sólo dolor, un dolor que atenazaba su garganta y apretaba con tanta fuerza que no dejaba escapar el sollozo que pugnaba por salir desde hacía rato, sólo  en sus ojos vidriosos por las lágrimas contenidas, se podía adivinar una milésima parte del drama interior que estaba protagonizando.

--- Era incapaz ya, de renunciar a tu delicadeza, tu ternura, el amor que me ofrecías con tanta dulzura y tu entrega a la relación que llevabas adelante a pesar de tus dudas, Eloísa.
Tampoco podía estar sin el ímpetu de tu amor, Emilia, de tu pasión desbordante y, como paradoja, a todo lo que me entregabas sin exigencias ni esperanzas de conseguir nada a cambio.

--- Pero el límite de todo, llega. Había jugado también con mis propios sentimientos, no me estaba dando la oportunidad de ser feliz realmente. A pesar de mis dos amores, mi corazón me pedía a gritos estar con uno en especial.

---Sí, Emilia, Eloísa… llegué a enamorarme como un loco de una de vosotras, con la que hubiera querido estar el resto de mi vida,  a la que deseo y necesito como el despertar de cada día… y a la que, sin embargo, voy a renunciar porque ello significaría veros sufrir a las dos, una por verse apartada y la otra por perder a su hermana apartándola.
--- Es el precio que debo pagar por haber sido un canalla, ésa será mi penitencia. Espero que algún día, dentro de muchos años sepa querer a otra mujer y ofrecerle lo que no he podido a vosotras, si eso llega, lo haré por ti Eloísa y por ti Emilia, sabiendo como sé, que jamás os podré olvidar.

--- ¿Podemos saber… --empezó Emilia—
--- No, jamás sabréis quien es la que me ha hecho sentir lo que nadie había conseguido antes, la que supo despertar en mí esa clase de amor, por la que hubiera estado dispuesto a dar mi vida y por la que, esa misma vida, desde este momento, se ha roto en mil pedazos.
Por primera vez en toda la conversación, los ojos de Pablo se llenaron de lágrimas, fue incapaz de mirar a ninguna.
--- Vosotras tenéis mucho de qué hablar, con sinceridad, con cariño, con mutua comprensión y todo pasará cuando el tiempo vaya cicatrizando y volváis a necesitaros.

Al decir esto, Pablo se puso en pie, retiró su silla, les cogió a ambas una mano con cada una de las suyas y echó a andar hacia la calle.

Las dos sabían que no volverían a verle.

Por unos segundos, no se oyó murmullo alguno en el restaurante, parecía que la gente les apoyaba con su silencio, pero eso no duró mucho, la primera en emitir sonido fue Eloísa.

--- ¿Cómo has podido… cómo has podido hacerme esto? ¿Tanto me odias? Me has arruinado la vida. Esta vez sí te has salido con la tuya, y te doy la razón… eres la mejor.
Ahora sí lloraba Eloísa… de amor, de pena, de rabia, de impotencia…

--- Eloísa, por Dios, déjame que te explique, al principio sí, quería vengarme, pero me enamoré yo también, no quería, pero pasó y…

--- Ya está bien, Emilia, no quiero saber nada más de ti, a partir de ahora soy hija única, jamás te perdonaré.

Se fue,  dejando en una mesa cualquiera de un restaurante cualquiera y a partir de ese momento, a una mujer cualquiera.
Emilia, tardó en irse, le temblaban las piernas, tenía miedo de que si intentaba ponerse de pie, no pudieran sostenerla, esperó… esperó a tener fuerzas y a que la mayoría de los clientes fueran abandonando el local por miedo a que pudieran verla tambalearse.





Continuará


 

martes, 23 de abril de 2013

Después tú --19--



14--- Gracias, amigo.







--- ¿Oyes?
--- Sí, dime, Rafael
--- ¿Cuándo es nuestra próxima salida?
--- Espera, --consultó su agenda y a pesar de tenerla muy apretada, contestó rápidamente—
A ver… ¿Te viene bien pasado mañana para comer?
--- Siempre me viene bien, Emilia, tú lo sabes.
--- De acuerdo, te llamaré para concretar el sitio. Un beso.
 Rafael colgó sintiendo  que se había vuelto a encender la lucecita de la esperanza… Emilia, esta vez no se lo había pensado, no le había dicho el consabido “no” inicial y oyó su voz muy decidida, parecía tener ganas del encuentro.

Las horas que pasaron hasta su cita en un restaurante apartado de la ciudad, elegido por Emilia,  le habían servido para darle vueltas a la cabeza y pensaba ilusionado que a lo mejor hoy, cometería por fin el atrevimiento de besarla en la boca.

Habían quedado en que la recogería de la oficina e irían en coche hasta un pueblecito cercano, en cuarenta minutos estarían allí.

A Rafael le gustó el sitio, pensaba que Emilia había sabido escoger el restaurante, era tranquilo, acogedor y no estaba atiborrado de gente… podrían hablar serenamente sin miedo a que las mesas cercanas pudieran oír las confidencias.

Les sirvieron los entrantes y ambos pidieron cerveza muy fría. Para comer, Rafael pidió cordero asado con guarnición de verduritas al vapor  y Emilia se decantó por una dorada a la sal  y  ensalada simple. Ninguno de los dos tomó segundo plato, de postre Rafael quiso café solo y ella, un trozo de tarta de queso con frambuesas.

Durante la comida, la conversación fue variada, hablaron de sus jornadas de senderismo… reían recordando anécdotas,  de la obra de teatro que estrenaba un conocido humorista y showman y del giro que tomaba la vida en ocasiones.
En el primer silencio que se produjo, Emilia no quiso perder la ocasión de cambiar de tercio y trascendencia y poniéndose seria, le dijo:

--- Rafael…
Rafael, supo en ese preciso instante que el alcance de su seriedad, no era el imaginado, intuyó que debía ser importante para que Emilia hubiera querido contárselo en la intimidad de una comida.
Y sabía también que por muy sutil que fuera ella, sus palabras iban a tener un efecto negativo en su relación.
Le daba miedo dejarla hablar.

--- Espera,  Emilia, no digas nada que…
--- No, Rafael, déjame hablar.
Rafael la dejó.

--- Vamos a dejar de vernos, amigo mío. Aunque parezca  presuntuosa, sé, porque mi corazón me lo dice, que todo lo que he intentado para que sólo fuéramos amigos, no ha dado resultado,  sé que te estás enamorando de mí, sé que nunca podré corresponderte,  sé que no quiero hacerte daño por nada del mundo y sobre todo sé que has sido el amigo más querido que jamás he tenido y que nunca  encontraré alguien como tú.
Rafael la interrumpió tímidamente.
--- Pero… no sabes si algún día…
--- Sí, lo sé, yo nunca podré sentir por ti lo que tú sientes por mí, te quiero muchísimo, te voy a echar en falta más todavía, pero por quererte así, es mi obligación desear lo mejor para ti y,  créeme…no soy yo.
--- ¿Hay otro hombre en tu vida?
Emilia sintió que su sangre se agolpaba en su cara, pero no vaciló al contestarle.
--- No es eso, Rafael, pero he sido egoísta al estar contigo sabiendo tus sentimientos y los míos, estaba tan a gusto que deseaba  con todas mis fuerzas que te dieras cuenta que entre nosotros sólo podía existir  una extraordinaria amistad… mientras que yo,  disfrutaba de tu compañía sin pensar en nada más.
--- No digas eso, yo también he disfrutado de tí en cada una de nuestras salidas, lo pasábamos bien juntos, y también fui egoísta, porque imaginándome lo que tú no querías de mí, siempre albergué la falsa esperanza de conseguirlo.
--- Eres como pocos, Rafael, en todos los sentidos,  cualquier mujer…  cuando te conozca,  sabrá valorarte y amarte como te mereces,  no cambies nunca y sigue siendo con las chicas como has sido conmigo.
--- ¿Entonces porque tú no…
--- Yo no soy como tú crees, algún día lo sabrás y puede que ya no quieras recordarme.
--- Nunca me ha importado ni tu pasado ni tu presente si yo no estaba en ellos, así que no te preocupes de lo que puedan contarme en un futuro, siempre me importarás tú.
Te agradezco tu sinceridad, aunque me duela, y mucho, reconozco que tienes razón, es mejor dejarlo ahora, hubiera llegado a quererte con toda mi alma y entonces el dolor hubiese sido insoportable. Gracias, gracias por darme la oportunidad de conocerte. No te olvidaré.
--- Gracias a ti por escucharme y entenderme.
Ahora me apetece una copa de algo fuerte, ¿y a ti?
--- ¡¡Ufff!! También. –llamó al camarero y pidió dos copas de Ballantine’s.
Estuvieron en el restaurante un rato más, haciendo ambos acopio de entereza incluso  cuando, por alguna tontería, dejaban escapar la risa.

Rafael, la acompañó a casa, bajó del coche y  lo rodeó por el morro para abrirle la portezuela a Emilia, ella salió y juntos  se dirigieron, cogidos del brazo a la entrada de la casa.

--- Llegamos –dijo Emilia—
--- Sí
No hubo tiempo para palabras, se abrazaron, fuertemente, sin más, segundos o minutos eternos.  Por la cara de Rafael, rodaron dos lágrimas que Emilia no pudo ver, ella cerró los ojos y apretó los labios con rabia. Nunca encontraría un amigo como él.

Al llegar a su habitación, soltó el abrigo y el bolso en el suelo,  se tiró literalmente en la cama y dio rienda suelta a su pena.

Se quedó dormida cuando ya había amanecido.

A las diez de la mañana llamó a la oficina para decir que no se encontraba bien y que se tomaría un par de días de asuntos propios.

No tenía ninguna enfermedad,  pero su cuerpo apenas la sostenía, sólo tenía ganas de estar en la cama, ya no lloraba,  pero solo quería estar ausente de todo y pensar, sólo eso… pensar.
El segundo día de encierro parecía tener la mente más clara, hizo una cafetera bien cargada y tomaba pequeños sorbos sin cesar, necesitaba estar despierta, el dolor de cabeza era insistente, no quería irse y eso le producía un sopor que tenía que alejar como fuera para seguir pensando con claridad.
Ya había tomado la decisión de alejarse de Rafael, había sido duro, pero ahora  venía lo más difícil, había pensado mucho los últimos días, se había dicho un millón de veces que ella no podría ser feliz si le arruinaba la vida a su hermana y nunca sería capaz de poner a Pablo en la tesitura de elegir entre las dos porque sabía que él quería a Eloísa… tampoco podría estar cerca de ellos, viviendo su felicidad y llevando su amor en silencio… no era mujer para eso, siempre lo había dado todo por su parte en cualquier situación, el cien por cien, pero también exigía lo mismo y sabía que aunque era y había sido muy feliz con Pablo en esa extraña armonía a tres, los días en esa incongruencia estaban contados.

Tenía la certeza de que no tardaría mucho en decidir cuándo hacerlo y cómo, pero desde luego, empezaría a hacer indagaciones sobre el traslado a otras oficinas, otras ciudades o tal vez otro país.



En la oficina, no pasó desapercibido a nadie que la compañera, la  jefa…  no era la misma de un tiempo a esta parte, no compartía con ellos ni  bromas ni risas, casi siempre ponía excusas a los almuerzos con los compañeros y la tristeza hacía que sus ojos no fueran  tan vivos y  alegres. Ya se habían enterado de que estaba esperando la confirmación de su traslado, sabían que se iba lejos pero se les escapaba el porqué. No le conocían pareja sentimental ni le habían oído hablar de ningún hombre, así que ¿Cuál sería el motivo? Podía ser por enfermedad o problemas familiares, pero ¿era tan serio que no les quería decir nada? No les importaba el chismorreo, sólo estaban intranquilos por su falta de explicaciones, siempre habían sido muy buenos compañeros y les preocupaba lo que le pudiera estar pasando.  Sin embargo Emilia no estaba dispuesta a aclararles nada, cuando llegara el día de la partida, les daría una carta de su puño y letra diciendo que la trasladaban a otra sucursal que necesitaba de sus gestiones y que les echaría a todos de menos, que habían sido buenos compañeros y que les dejaba una buena carta de referencias a cada uno de ellos por si alguna vez la necesitaban. Se despediría con un “Gracias, hasta siempre”




Continuará.