Siempre hay épocas en nuestras vidas en las que nos hemos sentido solos.
En la adolescencia, aún estando rodeados de amigos hay momentos en los que por distintas circunstancias sentimos que nos invade la soledad, algo que nos produce un vacío momentáneo...algo que nos hace falta en ese instante y que no logramos encontrar. Pero a esa edad, ese sentirnos uno en medio de la gente, por suerte no suele durar mucho, nos reponemos en poco tiempo sólo con pensar en toda una vida que nos espera y en que siempre tendremos a alguien a nuestro lado.
Después viene la etapa en la que vivimos otra experiencia,...la de la pareja con estabilidad progresiva. Incluso con esa estabilidad, no dejamos de sentir la sensación de que a veces estamos solos, de que necesitamos algo más en los momentos difíciles de la convivencia. Haste ese momento, sólo son unas pequeñas partes de nuestras vidas las que se sienten aisladas..
Después llegan a nosotros nuevas personas por las que preocuparnos y nuestra soledad pasa a ocupar un segundo o tercer plano.
Pero con el tiempo la vida se encarga se devolvernos a la realidad,... llegamos a la etapa en la que vamos dejando atrás a nuestros seres queridos... los que vuelan ya sin ayuda y los que se van marchando. Entonces sí nos damos cuenta de que verdaderamente ya no tenemos a nadie que nos haga compañía, que nos regañen cuando no hacemos algo bien, que nos dé consejos para saber avanzar, que nos tienda una mano cuando nos hace falta...entonces, sí, queridas personas, es cuando esas pequeñas partes de soledad que hemos sentido a lo largo de nuestra existencia, se unen y se hacen inmensa e insoportable y es cuando nuestra mente se rebela y demanda atención y cariño...y hace lo que está al alcance de nuestra pobre mano para conseguirlo y puede que jamás lo consigamos.
Es una lástima que nos lleguemos a sentir así. Pero es más lastimoso todavía, que no seamos capaces de ver la mano que se abre pidiendo esa poquita de atención, ternura y compañía, que... con seguridad, a todos nos hará falta algún día.
Tengo una vecina, ya mayor, que vive con una hija soltera que trabaja en una agencia de limpieza, cuida de su madre con todo el cariño y la dedicación de que es capaz y lo hace gustosa.
Esta señora tiene otros tres hijos y la que vive en casa se las ve y se
las desea para tener un poquito de tiempo para ella. Todavía le gusta
salir, pasarlo bien con los amigos y dejar, al menos por un rato la
rutina diaria que tiene desde hace varios años, necesita saber que
todavía hay vida fuera de su casa, que no se volverá loca.
Pero
lo que son las cosas, los hermanos, entre los que hay otra hermana, se
limitan a visitar a la madre muy de vez en cuando en su casa, una visita
corta, de ésas de...."¡ay!, me voy que tengo un montón de cosas que
hacer", sin tener en cuenta que la que se queda en casa no tiene apoyo
ni ayuda de ninguna clase en los cuidados de la madre.
A veces, son los demás, los que creen que las obligaciones sólo son para los que no tienen obligaciones.